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En las cumbres de difícil acceso, se instalaron los hábitats fortificados de la Edad de Hierro, los Castros. Vigilantes atentos de un territorio en construcción, dominaron el territorio hasta la llegada de los romanos, cuando comenzó una nueva etapa en la ocupación de estos espacios: la romanización. De la época medieval, es, sobretodo, la Baja Edad Media la que más permanece en el espíritu del Noroeste, donde los majestuosos castillos nos recuerdan las épicas conquistas.
De tiempos más recientes, convivimos con múltiples testimonios de una organización comunitaria, marcada por la necesidad de la unión y la ayuda mutua. Todos estos vestigios materiales están envueltos en una etnografía rica. Los modos y costumbres ancestrales, la fe, las leyendas y conjuros, nos transportan a un tiempo sin tiempo, y nos llevan hasta los orígenes de la identidad del Noroeste Peninsular.
Para entender la diversidad y la monumentalidad del Patrimonio Cultural de este territorio, tenemos que vivir el espíritu de los espacios, imaginar el sentido de la existencia de los mismos, sentir la presencia de nuestro pasado, respirar nuestra herencia. |
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